En un intento por acabar con las guerras y mantener la paz, la humanidad ha prohibido todo lo que provoca emociones: literatura, música y sobre todo el arte pero claro que esto no es todo.
Para mantener la ley, un cuerpo especial de policía se dedica a eliminar a todos los transgresores.
Pero cuando el mejor agente deja de tomar la dosis de una droga para el bloqueo de emociones, ¡se da cuenta que las cosas no son lo que parecen!
A menudo, el fantástico tiende a retratar la realidad de formas subjetivas, planteando escenarios tan alejados de lo cotidiano que resultan un lienzo maleable para dibujar realidades alternativas, en las que se puede proyectar la subversión de las ideas del mundo real, ya sea en torno a aspectos sociales del presente, o bien teorías filosóficas-económicas más arquetípicas. Un ejemplo, ‘1984’, se asemeja a una sociedad fascista histórica, pero amplificada por el tono futurista.
El ejemplo de un marxismo completamente didáctico es ‘Snowpiercer’ (2013) y, en general, las últimas obras de Bong Joon-ho, que tratan de exponer las miserias de la lucha de clases de una forma unidireccional y a través de tesis infantilizadas para eliminar el aura de réplica del espectador, emasculando el discurso hasta dejar su metáfora reducida a un cantar de gesta en el que los ricos con muy malos y los pobres siempre víctimas, sin dejar vías de comunicación entre los diferentes estratos, limitando la reflexión más allá de lo que ya sabe y ya piensa el espectador.
El pasado festival de Toronto, una pequeña película española, ‘El hoyo‘, emergió con críticas internacionales muy positivas, logrando el premio del público de la sección Midnight Madness. Tras su paso por Sitges 2019 recogería entre otros premio a mejor película coincidiendo con el mismo galardón de la crítica. ¿Qué tiene esta pequeña obra de ciencia ficción que está llamando tanto la atención? Su premisa es simple y, como dice su director, el bilbaíno Galder Gaztelu-Urrutia “se puede contar en un par de líneas en un bar”.
Básicamente, en un futuro distópico, los internos de una prisión de cientos de pisos excavados en la tierra esperan que un festín de comida diario descienda por un agujero central hasta su nivel. Y es mejor no contar mucho más. Lo que sí se puede decir es que el propio sistema propone un experimento que lo es al mismo tiempo fuera y dentro de la pantalla. Es decir, la primera diferencia de su premisa con otras obras de ciencia ficción “política” es que funciona como un terrario en dónde colocas a unos personajes y la situación escribirá sola la película.
Si bien los primeros minutos son una exposición de las reglas, la forma en la que se va dispensando la información es progresiva, aprendemos todo desde el punto de vista del protagonista. Como en ‘Cube’ (1997), hay solo un escenario, aunque en aquella el elemento social era prácticamente una pequeña nota a pie de página. La de Natali trataba precisamente sobre descubrir qué era el cubo y observar a los protagonistas tratar de salir de allí. En ‘El hoyo’ llegamos a saber de forma más clara el propósito de esa prisión.
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