En un giro inesperado de los acontecimientos, el presidente Joe Biden ha estado desaparecido desde el miércoles pasado en Las Vegas.
Este evento sucede apenas cuatro días después de un intento de asesinato contra el ex presidente Donald Trump, lo que ha llevado a una avalancha de teorías y rumores en los medios y redes sociales.
Un memorándum que anunciaba la retirada de Biden de las elecciones de 2024 ha sido desmentido como falso. Para añadir más misterio, una supuesta llamada telefónica reciente de Biden ha sido identificada como creada usando inteligencia artificial, específicamente con la aplicación 11 Labs. Esto plantea serias preguntas sobre la veracidad de las comunicaciones presidenciales y quién está realmente detrás de ellas.
Las teorías no terminan ahí. Existen múltiples versiones que sugieren que Joe Biden ha sido reemplazado por dobles por actores. Se han observado diferencias notables en su apariencia, como lóbulos de las orejas diferentes y lo que parecen ser máscaras de goma en algunos videos. Esto ha llevado a muchos a cuestionar la autenticidad del presidente que vemos en público.
A principios de los 90, la ex jefa de disfraces de la CIA demostró la efectividad de las máscaras hiperrealistas mientras informaba a George H. W. Bush en la Casa Blanca. Esta tecnología avanzada ha evolucionado, y la posibilidad de que se use para engañar al público sobre la identidad del presidente no parece tan descabellada.
La ausencia de Biden y las teorías sobre clones abren una pregunta más profunda: ¿Quién está realmente gobernando el país? Algunos sugieren que los presidentes de Estados Unidos han sido testaferros del complejo militar-industrial y los grandes banqueros durante décadas, manipulados para mantener el control y la ilusión de libertad.
Mientras el debate sobre la autenticidad de Joe Biden continúa, es crucial cuestionar la información que recibimos y mantenerse informado sobre los métodos utilizados para influir en la percepción pública.
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Este colectivo ha emergido como una fuerza combativa contra la zona de emisiones ultra bajas denominada ULEG (Ultra Low Emission Zone). Este plan, implementado con el objetivo de reducir la contaminación del aire en la capital británica, ha desencadenado un profundo debate sobre la justicia económica, la libertad individual y la privacidad.
La ULEG fue establecida por el alcalde de Londres, Sadiq Khan, y lanzada oficialmente el 8 de abril de 2019. Su propósito principal es disminuir la polución del aire, cobrando una tarifa diaria a los vehículos que no cumplen con los estándares de emisiones más recientes para ingresar a ciertas áreas de la ciudad. Los defensores de la ULEG argumentan que esta medida es crucial para mejorar la calidad del aire, reducir enfermedades respiratorias y combatir el cambio climático. Sin embargo, la implementación de la ULEG no ha estado exenta de críticas.
Los opositores, entre ellos los Black Runners, sostienen que esta política impone una carga financiera desproporcionada sobre los conductores de vehículos más antiguos y menos eficientes, quienes generalmente son personas de menores ingresos. Además, argumentan que la ULEG es una manifestación del creciente control gubernamental sobre la vida privada de los ciudadanos. Los Black Runners han llevado a cabo una serie de acciones directas para sabotear la infraestructura de la ULEG, incluyendo cortar cables, desactivar cámaras y destruir equipos de monitoreo.
Hasta la fecha, han dañado cientos de cámaras de la ULEG, causando millones de libras en reparaciones y pérdidas para las autoridades locales. Estas acciones han sido tanto condenadas como alabadas por diferentes sectores de la sociedad. Mientras las autoridades describen estos actos como vandalismo y sabotaje, muchos ciudadanos ven a los Black Runners como defensores de la libertad individual y la justicia económica.
La polémica en torno a los Black Runners se intensificó cuando dos niños resultaron heridos en un accidente automovilístico después de que miembros del grupo cortaran semáforos para destruir las cámaras de la ULEG. El accidente ocurrió en el sur de Londres, cuando cinco semáforos y cámaras fueron destruidos, resultando en una colisión que dejó a seis personas heridas, incluidos dos niños.
Los defensores de los Black Runners argumentan que la ULEG es una medida elitista que castiga a los más vulnerables, señalando que muchas personas no pueden permitirse actualizar sus vehículos para cumplir con los nuevos estándares de emisiones. Critican la falta de alternativas viables y asequibles en el transporte público, que sólo aquellos con dinero pueden acceder al transporte privado mientras los demás deben soportar las limitaciones impuestas.
Uno de los aspectos más controvertidos de la ULEG es el uso de cámaras de vigilancia para monitorear y hacer cumplir las normas de emisiones. Los críticos argumentan que este sistema es una invasión a la privacidad y un paso hacia un estado de vigilancia. Comparan la ULEG con otras formas de control gubernamental implementadas en otras partes del mundo, que utilizan sistemas de vigilancia similares.
Los Black Runners consideran que las cámaras de vigilancia son una herramienta de control estatal que socava las libertades individuales. Su resistencia no solo se dirige contra la ULEG, sino también contra lo que perciben como una tendencia cada vez más amplia hacia la monitorización y el control de los ciudadanos. Esta resistencia puede compararse con otros movimientos que se oponen a medidas gubernamentales invasivas, como el movimiento de los chalecos amarillos en Francia.
Somos una organización sin fines de lucro que no pertenece a ningún dogma, religión o partido político. Somos 100% independientes.
Queremos alcanzar la masa crítica necesaria para quebrar este sistema perverso de esclavitud y muerte a todos los niveles.
Sabemos que no es una tarea sencilla pero la unión hace la fuerza, la fuerza hace a la voluntad y con voluntad y fuerza se hace lo que se desea en mente y corazón y así podremos manifestar nuestra realidad. Nur para todos.
